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ARTÍCULOS

Todas las cosas en común

La fortaleza de esta iglesia radicaba en tres pilares que la definían, la cohesionaban y la proyectaban:


  1. Compartir una conducta

  2. Compartir una experiencia

  3. Compartir un estilo de vida


Hoy, nuestra generación, comparte muchas características con aquella iglesia primitiva, y más allá de cualquier análisis sobre los aspectos que nos falta desarrollar en mayor o menor medida, detengámonos por un momento a reflexionar sobre cuál factor era decisivo para que esta iglesia testificara con la fuerza que lo hizo


Nuestra línea de pensamiento es la siguiente: Daniel y sus amigos asumieron su llamado; la iglesia primitiva hizo lo suyo asumiendo también el llamado; ¡Hoy es necesario que asumas el llamado! Más adelante abordaremos la manera en que debemos asumir este llamado, pero en esta temática hago énfasis precisamente en la necesidad de que asumas ese llamado HOY.


Definimos como llamado al propósito particular de Dios para nuestras vidas, comunicado por Jesús en la “gran comisión” y para cuyo cumplimiento el Espíritu Santo comprometió su ayuda. Jesús nos llamó a ser portavoces del evangelio en nuestros tiempos.


Tenemos un mensaje que entregar: la salvación mediante Jesucristo. El origen de este mensaje es Dios y el destinatario el hombre. ¿El contexto? El tiempo de la gracias, desde la primera venida de Jesús hasta el arrebatamiento de su iglesia. Tenemos un código claro y poderoso: la Biblia. Nosotros somos el canal. Por alguna razón, Dios decidió que fuésemos portavoces de buenas nuevas.


¿Qué hacía de la iglesia primitiva un canal tan potente del evangelio?¿Cómo pudo encarnar tan vívidamente su llamado? Vivimos en el mismo contexto, con las mismas presiones, persecuciones y antagonismo del mundo. Tenemos el mismo código, la Biblia, que no cambia a través de los tiempos . Somos 6 conscientes del gran mensaje que Dios le entregó al hombre para reconciliarlo con él; somos agradecidos de la obra de Jesús sobre aquella cruz. No obstante, algo sucede en nuestra generación que nos hace canales menos efectivos para la transmisión del mensaje.


No es mi intención enfocarme esta vez en aquellas características relacionadas con la conversión genuina del creyente que lo transforma en un verdadero testigo de Jesús, trabajando hoy sobre la base de un pleno convencimiento de que sólo aquel que ha sido lavado de sus pecados y regenerado por el Espíritu Santo de Dios puede ser un testigo verdadero de la obra redentora de Cristo.


Es una necesidad imperiosa y personal de que todo aquel que quiera ser testigo (canal) cultive una vida de íntima relación con Dios, de lo contrario su labor será infructuosa.

Me dirijo hoy a jóvenes que buscan ser mejores herramientas para Dios y asumir su llamado en su generación. Que han rendido sus vidas de manera genuina ante la cruz y día tras día comparten la crucifixión con Jesús, de tal modo que Cristo vive en ellos . 7


Cuando leemos el libro de Hechos, nos encontramos al poco escudriñar con un verso que a simple vista nos incomoda y es probable que en muchas oportunidades hayamos querido ignorarlo:


“Y vendían sus propiedades, y sus bienes, y los repartían a todos según la necesidad de cada uno. ”


“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.”


“Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. ”


Todo bien con estudiar la palabra, orar, recibir a los nuevos creyentes, compartir el pan, pero… ¿tener todas las cosas en común? ¿Vender los bienes y entregar el dinero a la iglesia? Sin duda no comprendemos aquello. Es algo que escapa a todo contexto. No es algo que practicamos hoy. Nos confunde.


Aquello está lejos de ser un mandato de Dios a la iglesia, pues en todo el resto de la enseñanza apostólica no se impone como una conducta necesaria. Mas bien es una señal, un síntoma de la gran diferencia entre la iglesia primitiva y nosotros: ¡La principal diferencia entre la iglesia primitiva y nosotros fue que la iglesia primitiva esperaba el regreso de Jesús en su tiempo! Esto es algo muy potente, pues no olvidemos que fueron testigos directos del Gólgota, vieron a Jesús expirar. Vieron su cuerpo inerte ser depositado en una tumba fría, y al tercer día corrieron de mañana para ser testigos de la victoria más grande de todos los tiempos: Jesús venció la muerte. Se reencontraron con su maestro en diez ocasiones durante cuarenta días y fueron testigos cuando fue alzado y recibido en las nubes:


“Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.”


Cuando vieron a los dos ángeles en el monte de Los Olivos asegurar que Jesús regresaría, lo creyeron no de una manera condicional, sino con convicción, pues tenían la profecía escrita en la Torá, el testimonio del propio Jesús y el testimonio de los ángeles. No hubo lugar a dudas.


Esa seguridad les hacía vender sus bienes, pues su mirada no estaba en asegurar su futuro, sino en el inminente regreso de Jesús. La evidencia escritural señala que nuestros hermanos de la iglesia primitiva esperaban el regreso de Jesús en sus días. ¡Qué diferencia tan radical se establece cuando comprendemos la urgencia del mensaje!

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